La Senda de Izarbe: paseando entre colores
La naturaleza se vuelve arte paseando por la Senda de Izarbe. Ubicada en el municipio de Caldearenas, es un sendero que se adentra por la antigua cabañera de ganado que une Caldearenas con Ainzánigo, pasando por Rasal, en la comarca del Alto Gállego.
Rojo, amarillo, verde, azul y blanco: los colores de la tierra y del cielo, del fuego y del aire. Colores que en la Senda de Izarbe se integran en el paisaje, resaltando las formas de las rocas, árboles y losas que se van descubriendo a lo largo de un trayecto de, aproximadamente, una hora y media de tranquila y suave caminata.
La senda de Izarbe es una actuación artística en la que la naturaleza es el lienzo donde Maribel Rey (la artista) ha querido plasmar su gran obra de arte. En este sendero, los colores están pintados por la mano del hombre, transformando el paisaje y dándoles una nueva perspectiva e integrándose en su propio soporte: la naturaleza.
¿Caminamos juntos?
Unos pequeños letreros de madera indican la dirección que toma la Senda de Izarbe. A un kilómetro de Caldearenas, aproximadamente, el camino se va haciendo cada vez más espeso. Un río, robles, bojes y en una roca, dos colosales y coloristas figuras dan la bienvenida al caminante. Aparentemente son indios de las antípodas, que saludan con una bandeja de frutas en la mano, al estilo de Gauguin. Podría decirse que aquí empieza la primera etapa de este sendero que despierta todos los sentidos, en las llamadas cuevas. Las rocas asemejan cavidades que están decoradas con ciervos, dinosaurios y pequeños guerreros armados con lanzas y escudos, como en las cuevas de Altamira. Los rojos de las pinturas resaltan las formas de las piedras y los verdes se adentran en la vegetación.
La zona arbolada va desapareciendo según va asciendo el sendero empedrado que formaba la antigua cabañera. La vía del Canfranero va paralela al camino y el ruido del tren al pasar se funde con el canto de los pájaros que invaden la zona. Una losa roja y una pequeña cueva decorada dan paso a un bosque, donde las ramas y las hojas verdes se entremezclan con las cintas tintadas de azul, blanco y rojo, que con los claros y las sombras del sol de la tarde juegan a dibujar distintas formas en el contraluz. Las cintas rodean la corteza, saltan por las ramas y conectan los árboles que de por sí están separados.
Los curiosos ojos del caminante descubren la espectacularidad del atardecer bañando esta «natural» obra de arte en un barranco circular. Las formas coloreadas de las rocas varían según la luz y según se va avanzando hacia la concavidad del cañón. El azul se aúna con el cielo y el blanco con las nubes, que casi siempre y de manera tímida, aparecen en las cumbres cercanas del Pirineo Aragonés Occidental. Los verdes, los rojos, los amarillos, más cercanos a la tierra, se ocultan en recovecos que se descubren al girar por el sendero o se abren paso entre la vegetación. Las rocas parecen cobrar vida, se mueven ante los ojos del visitante y sirven de soporte a los mosaicos de lagartos y reptiles que se expanden por las paredes y las losas que se asoman al camino.
Poco a poco las rocas se van ocultando, dejando entrever los vivos colores que antes se mostraban con todo su esplendor. Al final, en un claro, una «S», construida con piedras fijadas al suelo señala el lugar donde una antigua caseta de pastores despide al visitante.
El regreso se realiza por un camino más corto, arbolado y que oculta las pinturas, cintas y mosaicos que han llenado la imaginación de aquellos que han visto cómo el arte inunda y complementa a la naturaleza de un modo maravilloso.
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