Valle De Tena O03

La historia perdida: la antigua Torre de Santa Elena

Desde la alta Edad Media, el valle de Tena constituyó una importante vía de comunicación entre Aragón y Gascuña. Por él pasaron primeramente los peregrinos que seguían el Camino de Santiago, a quienes los hospitales de Gabás y Secotor brindaban hospedaje. Más adelante, fueron sustituidos por los arrieros y comerciantes, el incremento de cuyas actividades motivó que en 1257 Jaime I dictara una orden creando aduanas en Sallent.

El tráfico entre los valles de Ossau y Tena se incrementó durante el siglo XIV. En su última década, el merino de Jaca enviaba periódicamente guardias «al paso de Tena» para evitar el contrabando y la entrada ilegal de caballerías. En las primeras alarmas por invasiones, la defensa se concentraba en el desfiladero de Búbal y el paso de Santa Elena, único lugar donde la configuración del terreno permitía la fácil protección del camino. La defensa estaba encomendada a los propios tensinos, a quienes los reyes de Aragón dirigían periódicas llamadas para que defendieran el valle contra los intentos o amenazas de invasión francesa.

La demanda de un pleito que enfrentó a la villa de Biescas con el valle en 1455, nos presenta un cuadro de enorme actividad, al describirnos a «los vezinos e habitantes del val de Thena e los vezinos e habitantes en las senyorías de França, d’Anglaterra, Compte de Fox e de Begorra et los vezinos e habitantes en la senyorias de Gavín et en las valles de Broto, Bassa, Sarraulo e Cortilas«, pasando y trajinando «por si mesmos e con sus bestias cargadas e bueytas» a lo largo del río Gállego. Este tráfico supone un paso cómodo, que los tensinos comenzaron a facilitar mediante la construcción de puentes, pero también motivó la necesidad de precaverse contra posibles invasiones levantando algunas fortificaciones. El mismo documento nos habla de «la fortaleza del lugar de Sallent, ya comenzada».

El montículo donde se alzó el castillo conserva aún el nombre de «El Castiecho». El Padre Martón, a mediados del siglo XVIII, nos describía «su cumbre llana y de admirables vistas, ya sepultadas entre el heno y las yervas, que conserva vestigios de fábricas y servía para defender con las referidas torres» (las de las casas solariegas del lugar).

A lo largo del siglo XVI, la corriente comercial siguió en aumento y el camino fue mejorando: se construyeron nuevos puentes sobre el Gállego, el Aguas Limpias y el Caldarés, y se arregló y cuidó el camino real. El siglo transcurrió más o menos pacíficamente, hasta que en febrero de 1592, a raíz de los sucesos de Antonio Pérez, los hugonotes franceses invadieron el valle. Como relata Blasco de Lanuza:

«Tomando (los bearneses) el paso del estrecho de Santa Elena, no podía salir persona alguna del valle de Tena«, ya que «llegando al paso lo pusieron en defensa«. Con las espaldas guardadas, entraron en Biescas y la saquearon. La contraofensiva aragonesa tropezó con la resistencia organizada en el desfiladero de Santa Elena, «donde los luteranos tenían gente con algún orden«. Finalmente, fueron desalojados y perseguidos valle arriba.

Esta escaramuza hizo ver a Felipe II la grave necesidad de defender los pasos del Pirineo, por lo que ordenó a don Alonso de Vargas «que se fortificasen los pasos más peligrosos de las entradas de Francia«.

Para ello encargó al ingeniero militar Tiburcio Spanoqui que efectuara un reconocimiento a fondo de todos los valles aragoneses y estudiara la posibilidad de su defensa. De esta época datan la ciudadela de Jaca; las torres de Ansó y de Isil, al norte de Siresa; el primitivo castillo de Coll de Ladrones, y la antigua torre de Santa Elena. Las órdenes del monarca fueron cumplidas sin dilación, pues el 2 de abril de 1592 Spanoqui informaba al rey: «El castillo de Canfranc y lo de Santa Elena, que es lo que aquí más combiene, están puestos ya en muy buena defensa«, probablemente con medios provisionales. El 7 de abril, el italiano escribía a Felipe II:

«La aspereza de la sasón que corre este año, juntamente con la del Sitio destas montañas, impiden la brevedad con que deseo acabar la visita dellas. Hasta ahora tengo corrido la val de Ansó, la de Hecho, la de Canfranc y la de Saliente (-Sallent), en el qual trecho se comprende todo el confín de Bearnia«.

Biescas1

Tras este penoso viaje, el ingeniero italiano informaba al rey de la conveniencia de edificar una fortaleza en el paso de Santa Elena, que describe así:

«500 pasos antes de llegar a la iglesia, hay una angostura de tanto trecho quanto es el río, que será de 30 pasos en cerca. El camino real pasa por abajo las peñas, aunque desde allí al río caben más de 60 pies de altor, toda la peña tajada. En este puesto se hace una torre, que antes de mi llegada ya se habían cortado piedras y apercebido cal para ella. Convendría, además de la dicha torre, hazer otra en lo alto por donde se sube a la ermita de Santa Elena«.

Sugería también «que en el lugar de Saliente se hiciere un castillejo, así por amparo de los del lugar como aun para los de dentro del presidio de Santa Elena, en el qual no se allarían hombres que quisiesen asistir su guardia si a veces no se trocasen«. Como emplazamiento proponía el Castiecho, «montículo arrimado al pueblo y todo roca viva, en el cual, con poco menos de 6.000 ducados se haría una capacidad para 50 hombres«.

La torre de Santa Elena se edificó rápidamente, y a principios del siglo XVII ya se encontraba en ella una guarnición, al mando de un cabo. En 1641, el comandante del castillo de Jaca, ante la amenaza provocada por la guerra, informaba:

«La torre de Santa Elena la tiene por Su Majestad el ayudante don Martín Pardinas, muy buen soldado. Tiene 8 soldados y se probeen deste castillo. Tiene armas y municiones, las que necesita, ha menester algunos reparos y en este puesto se puede hacer muy buena defensa atricherando la ermita de Santa Elena«.

Conservamos algunas descripciones e imágenes de cómo era esta pequeña fortaleza durante los siglos XVII y XVIII. En 1687, el ingeniero militar francés Monsieur Thierry, con claros fines de espionaje, atravesó el valle, quizás disfrazado de arriero bearnés, y proporcionó una meticulosa descripción del mismo. Así describe la torre de Santa Elena:

«una torre cuadrada, de 5 toesas de lado, que cierra completamente la colina en ese 1ugar. El camino conduce a ella pasando por debajo de una bóveda sobre la que está construida la torre. No tiene ninguna fuerza defensiva, ya que carece de garita y escalón, solamente tres puertas permiten el tráfico: una a cada lado de la bóveda y una en medio, donde hay una escalera para subir a la bóveda. En lo alto se encuentran los alojamientos para los soldados y oficiales, que permanecen bajo la bóveda durante el día y se retiran durante la noche, tras el cierre de las puertas. Éstas están defendidas por un pequeño redín, hecho con empalizadas, ante cada una de ellas. El fuerte está colocado sobre una roca inaccesible del lado del río y con montañas inaccesibles a la izquierda«.

El lugar elegido para colocar la fortaleza era junto al cortado, aguas abajo del arranque del camino de subida a la ermita, donde hoy se encuentra la casamata para los cañones.

Durante la guerra con Francia (1639-1645) la torre fue puesta en estado de alerta, pero no llegó a entrar en combate, ya que los franceses no invadieron el valle de Tena. En 1642-1643, «Biescas atrincheraba el frente y cada día guardaba el paso de Santa Elena, ante la actividad militar de los franceses«. Especial alarma debió de causar a los montañeses el observar, en 1642, que los enemigos acondicionaban el terreno, al otro lado de la frontera, para colocar artillería.

La torre entró en combate por primera vez durante la guerra de Sucesión. El marqués de Saluzzo, general al servicio de la causa borbónica, mandó establecer en ella una fuerte guarnición, mantenida a costa de los habitantes del valle. En el verano de 1706, tras la revuelta popular que provocó la adhesión de Huesca a la causa austracista, las tropas archiducales ascendieron al alto Pirineo, para cortar a sus rivales los caminos y comunicaciones con Francia. El alcalde bearnés de Aspe relataba al subintendente real en Pau: «Biescas y su tierra se unieron a los oscenses y se apoderaron mediante un ardid del fuerte de Santa Elena. Pero, atemorizados ante la decidida actitud de los tensinos, se retiraron a Biescas«. Al tener en su mano la fortaleza, las tropas austracistas cortaron el camino que comunicaba el valle con el llano, por donde le entraban suministros vitales, como trigo, aceite, vino y sal, y bajaban los ganados trashumantes del valle hacia sus pastos de invierno en Monegros y la ribera del Ebro. Así lograron obligar a los tensinos, de talante claramente borbónico a reconocer al archiduque como rey de España, lo que muy contra su voluntad hicieron el 5 de diciembre de 1706, después de tres meses de asedio. Los austracistas habían colocado en la torre una guarnición al mando del cabo Diego Ynés, que firmó como testigo de la sumisión del valle al pretendiente13.

La torre fue reconquistada en la primavera de 1707, tras la ofensiva borbónica por el Altoaragón. En la lucha debió de morir el cabo Diego Ynés.

Terminada la guerra, el castillo volvió a su calma habitual. Como las otras fortificaciones del Pirineo aragonés, fue abandonado hacia 1732. El 30 de septiembre de 1737, «por orden del Excmo. Sr. Duque de Montemar, primer Ministro de la Guerra de Su Majestad», el coronel de Ingenieros en Jefe de los Ejércitos, plazas fronterizas y Real Dominio de Su Majestad, don Andrés Jorge, barón de Soler, redactaba un informe sobre «la existencia y consistencia de las casas o torres de Echo, Ansó y Santa Elena, y el estado en que se hallan«.

Tras describir el lugar de su emplazamiento, afirma de la de Santa Elena:

«Su figura y construcción se diferencian poco de las casas de Echo y Ansó aunque en esta haya alguna más capacidad que en las otras. El camino que va a la valle de Tena pasa por dentro de la casa, cerrándose por uno y otro lado con sus puertas«. «Está también abandonada, y sus tejados, puertas y ventanas como de habitación sin uso, a la inclemencia de los tiempos, en situación tan fragosa«.

Añade: «La torre está entre las montañas y camino que comunica a la valle de Tena con la frontera de Francia, internada en España, con lo que su guardia servía sólo de guardar este paso de dentro de España a dentro de España«. Según el barón, los caminos que la bordean por encima de los montes hacen que, al no ser el paso por ella obligatorio, «no resulte de ella utilidad militar«, «antes bien, más embarazo en la comunicación de los lugares de la valle de Tena con los demás de las montañas de Jaca«. Concluye el informe desaconsejando la reconstrucción de este fuerte «por ser gasto superfluo«.

En 1749, y a pesar de los consejos del barón de Soler, debía de haberse realizado alguna reparación en el edificio. El sallentino fray León Benito de Martón, entusiasta apologista de su valle natal, la describía así:

«A la mano siniestra, se registra entre las bien elevadas rocas el Santuario o iglesia de Santa Elena. A la parte inferior, un fuerte castillo, por cuyo centro el camino real traviessa, y pegado a él, más abaxo, el río Gállego, muy crecido y que su brecha lo deja inexpugnable. Es tradición hizo fabricar nuestra Santa Emperatriz una fortaleza o castillo, para aquel tiempo muy fuerte. Dejólo tan incontrastable que, construido en el camino real, ni los caminantes o passageros pueden transitarlo no siendo aves, a menos que los de la guarnición les abran las puertas. Si esto sucede en el mediodía y septentrión, ni aun esso al Poniente, teniendo un peñasco muy peynado que precipita o despeña el Gállego referido, y por el Oriente las impertransibles murallas que hemos dicho del valle de Tena«.

El ingenuo grabado que ilustra esta edición (fig. 2) muestra la torre de Felipe II cubriendo el camino real con su bóveda, La imagen resulta un tanto fantasiosa, ya que se representa como un almenado castillo medieval lo que debió de ser poco más que una casamata. Baslco de Lanuza, en 1622, afirmaba con más ponderación que «aunque las torres que se hicieron no son de tanto momento, lo son mucho en la tierra donde están y con la fuerza y valor de los naturales«.

En 1750 se decidió la construcción de una nueva torre, aguas abajo de la antigua. La edificación no debió de ser muy rápida, pues el 28 de agosto de 1752 el «ingeniero en segundo, don Pasqual de Nabas» informaba sobre el estado del viejo castillo y la construcción, ya iniciada, de una nueva fortaleza.

Dice así el ingeniero:

«Esta torre que dista a una hora de la villa de Biescas sobre la avenida de Francia en la entrada del valle de Tena, queda trazada a 125 varas antes de llegar a la que ha servido antiguamente, la qual se ha de demoler a la excepción de lo conveniente para dejar un antepecho a lo más de tres pies y medio de alto, a fin de precaver las desgracias que sin él pueden sobrevenir en el precipicio que tiene y cae sobre el río Gállego. El puesto en que, como queda dicho, se coloca la torre nueva es el más ventajoso que se halla en aquellos parajes y que sujeta su avenida, sin padrastro o dominio que la pueda ofender considerablemente«.

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